lunes, 2 de agosto de 2010

Leyes cobardes

Teóricamente los diputados de cualquier parlamento, sea el nacional o alguno de los autonómicos, votan según sus ideas o las de su partido, que no siempre son las mismas. Los ciudadanos elegimos cada cuatro años a nuestros representantes según los criterios más diversos, pero la idea es que nos leamos el programa electoral y votemos según lo que dicen que van a hacer, a ver si hay suerte y lo hacen. El problema es que luego se mezcla la “realpolitik” y la ideología se matiza y se atenúa en favor de otros condicionantes.

En esta sociedad en que lo que prima es la encuesta y el sondeo de opinión, cada vez vemos menos ideas y más globos sonda. No hay el valor necesario para llevar a cabo medidas que tal vez sean impopulares, o que los gurús del sondeo dicen que no serán bien acogidas, así que se buscan caminos intermedios para intentar contentar a todos, de forma que no se contenta a nadie o se dejan las cosas sin terminar.

parlamento Hay dos ejemplos paradigmáticos sobre este tema. El primero, de plena actualidad, es el de la famosa prohibición de las corridas de toros en Cataluña. Se prohíben las corridas por crueldad con el toro, argumento que me parece totalmente válido, pero la cosa se queda a medio camino, porque no hay valor a cargarse en la misma norma otras “tradiciones” como la de los toros embolados, los encierros o los “bous capllaçats” (toros atados con una cuerda y azuzados por el público). Ahí parece que el toro no sufre, aunque se trate de un pobre bicho acorralado por masas de “ciudadanos libres”. Por supuesto, el fallecimiento ayer de un hombre, borracho para más señas, por asta de toro en una de estas fiestas no significa nada, porque lo grande es que la ley se ha promulgado en nombre de los animales, no de las personas. Evidentemente, cualquiera de los abanderados de esta nueva corriente probablemente argumente que hay que ir “poc a poc”, y que el que se pone ante el toro sabe a qué se expone, pero me parece muy grave que un Parlamento piense más en las reses que en los ciudadanos.

Por otra parte está la ley del tabaco, que tampoco se han atrevido a hacer como había que hacerla. Ese tema era mejor no tocarlo que hacer lo que se hizo y que ahora intentarán enmendar. El derecho de una persona a fumar acaba donde empieza mi derecho a no ser envenenado en un local público, hasta ahí de acuerdo. El problema es que la ley aprobada crea más problemas de los que soluciona, ya que por una parte no impide fumar en la mayor parte de los locales (por ejemplo todos los de menos de 100 metros) y por otra parte no considera a los camareros seres humanos, ya que en su centro de trabajo sí se puede fumar. Es decir, que no hay valor de hacer lo que se supone que creen, y que es prohibir fumar en todos los locales de concurrencia pública y centros de trabajo. Es peligroso, se pueden poner en contra a mucha gente, así que vuelven a buscar una solución chapucera que supuestamente contenta a todos aunque no contente a nadie.

La Política con mayúsculas es otra cosa. Un político puede estar equivocado, pero si es elegido con un programa y unas ideas lo suyo es que las cumpla y no que se dedique a ver a quién no hay que pisar los callos para que dentro de unos años vuelvan a votarme. Es la fina línea que diferencia a quien “escucha al pueblo” de quien no tiene más ideas que la de perpetuarse en el poder.

lugo En Lugo ha habido políticos de los que son ejemplo de lo que hay que hacer. Personas que llevaron a cabo sus programas e ideas aunque encontraran cierta resistencia. La peatonalización del casco histórico de Lugo llevada a cabo por Joaquín García Díez fue un ejemplo de valentía política, ya que hubo muchas personas que en su momento se opusieron a unas obras que hoy nadie debate y cuya autoría todos pretenden atribuirse.

Una persona que arriesga (y da) su permanencia en el cargo por llevar a cabo lo que considera imprescindible para su ciudad es precisamente el tipo de político que necesitamos, que vaya más allá de la encuesta y del titular y que tenga el valor necesario de cumplir lo que promete. Deberíamos ser los votantes los que decidiéramos si continúa o se va a su casa.

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