jueves, 30 de agosto de 2012

Contenedores y revolución social

Soy un tío de palabra, y ayer les dije que hablaría de contenedores. Supongo que se lo tomaron a chirigota, pero era totalmente en serio. Yo soy muy literal cuando me pongo a ello. 

Hace un par de meses, en un artículo titulado “¿Ayuntamiento o inmobiliaria?” les contaba que no acabo de entender lo de urbanizar solares totalmente vacíos para luego destrozar lo construido y volver a hacerlo cuando hay zonas de la ciudad que no cuentan con los servicios más básico. Será lo legal, pero es una solemne imbecilidad. Lo de poner el carro antes que los bueyes es tan literal que en este casi a veces ni siquiera hay bueyes, y te encuentras con la paradoja de que hay solares llenos de maleza con unas aceras espectaculares y un asfaltado que ya lo quisiera cualquier barrio de la ciudad (incluido el centro). 

 Por circunstancias que no vienen al caso y que me pueden hacer quedar de friki de lo municipal, hace un par de días me di una vuelta por la zona de Garabolos, detrás de los bomberos, donde hay uno de estos absurdos, y me encontré con que los contenedores soterrados instalados en el lugar, que no han sido utilizados ni una sola vez (quizás porque no vive nadie por allí o quizás porque estaban precintados) están destrozados. Ni abollados, ni oxidados, ni deteriorados: totalmente inservibles. 

¿Y ahora qué? ¿Quién ha pagado esos contenedores? ¿Quién pagará los nuevos? ¿Para qué ha servido que se pusieran ahí y se dejara que se vayan al cuerno sin una miserable utilización? “Es que los pagan los promotores”, me dirán, “Es que la unidad de actuación se hace cargo”, argumentarán... Es decir, que paga Juan Pueblo, porque no me irán a decir que los promotores son una especie de congregación religiosa de hermanitas de la caridad que van a asumir los costes por sí mismos sin trasladarlos al usuario final. 

La estúpida idea de que “pagan los promotores” es como decir que la subida del IVA se la come el área comercial de turno. A lo mejor no suben los precios el sábado por la mañana, pero no duden que lo harán, si no lo han hecho ya antes (mucha gente ha optado por eso) para ahora decir que mantienen los precios. Es una táctica sencilla y convincente. Subo el precio en junio, me gano un 3% más durante dos meses y pico y encima digo que no aumento el IVA por el bien de los pardillos, digooo, consumidores. 

La mentalidad colectiva española no se preocupa de racionalizar, sino de que pague otro. No importa que los contenedores estén destrozados mientras no tenga la percepción de que los voy a pagar yo directamente o a través de mis impuestos (y en este último caso depende de cómo me lo vendan). Nadie se preocupó durante décadas de que los cursos de formación no formaran, porque la pasta venía de Europa y daba de comer a mucha gente (yo mismo di un par de cursos de estos, así que no me digan que no sé de lo que hablo). 

La picaresca es muy divertida en el Lazarillo de Tormes, pero como estrategia nacional es suicida. Ya no somos un país independiente que compensa sus tonterías con las divisas del turismo, ahora somos parte de un club de élite que no admite chorradas. Tal vez no deberíamos haber entrado, incluso quizás deberíamos salirnos, todo está abierto a debate, pero hagamos lo que hagamos no estaría de más que nos despertáramos de ese sueño absurdo de que existe El Dorado y que las cosas se van a arreglar siguiendo un mapa del tesoro de segunda mano. 

Tampoco pido que nos convirtamos en alemanes, no se trata de eso. España es un gran país, que ha demostrado en muchas ocasiones que cuando le hacen cosquillas se pone en pie y es capaz de dar una buena batalla, así que no es cuestión de cambiar de mentalidad 180º y de repente levantarnos a las 5 de la mañana y acostarnos a las 9 de la noche como las gallinas. Se trata de ser como éramos hace 20 o 30 años, puede que un poco más. 

No hablo de política, sino de sociedad. Volver a una sociedad donde la gente valora el trabajo, la honradez, conservando lo mejor de los cambios (el respeto, la libertad, la igualdad entre sexos...) y olvidándonos de lo peor. Es una idea difícil de llevar a cabo, ya lo sé, pero no me digan que no estaría bien intentarlo al menos. 

Hay que ver, para cuánto dan unos contenedores rotos: para pedir una revolución social.

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