lunes, 24 de septiembre de 2012

Cuidadito con lo que hacen con la costa de Lugo

Un fin de semana en la costa de Lugo es una aventura y no, no lo digo por el clima, sino porque es de los pocos sitios donde aún puede quedar algo que no esté enlatado, procesado, publicitado y comercializado, a pesar de que parece que esa es la idea. Te encuentras con montes frente a las playas, y si bien los últimos años no han colaborado para mantener la limpieza de su litoral, al menos la Ley de Costas llegó a tiempo de evitar males mayores e impidió convertir la playa de Las Catedrales en una urbanización. 

Tampoco es que esté la cosa para tirar bombas, porque aquello en vez de una playa es un circo de tres pistas, pero bueno, la otra opción sería un Benidorm a la gallega, y eso podría ser peor aún. El sábado se nos ocurrió acercarnos por allí y a mi, que conocí esa playa cuando en vez de escaleras se bajaba de mala manera por las rocas con la única ayuda de una cuerda atornillada a la pared, me sigue chocando ver autobuses que descargan a turistas en manada cámara en ristre. Ya de tumbarse a tomar el sol ni hablamos, que te ves en el Facebook de un alemán sin darte ni cuenta. 

Pero fíjense en la cuestión. En esa misma zona hay aún playas, no calitas pequeñas, playas como un general, en que puedes estar totalmente solo. Si te viene a golpe de septiembre un fin de semana como el que acaba de terminar, con un tiempo ya no bueno sino excelente, puedes aprovechar para hacer una pequeña escapada y buscar un rincón en que da la impresión de que nunca haya puesto nadie un pie. Playas como las Islas o los Castros, que no tienen nada que envidiar a Las Catedrales, son auténticos paraísos similares a la popular playa hace unos años. 

Del agua ya ni les cuento. Nada que ver con la de cualquier otra zona. Ese mar, con ese color... con esa fuerza que parece que te va a arrancar de cuajo un brazo si te despistas, y hasta si me apuran con ese sabor... Eso no lo hay en ningún sitio. 

Lo que no ayuda demasiado a la promoción turística de la zona es lo mal que se está edificando por allí. Edificios feos como un pecado, distribuidos por sorteo sin notario, que parece que en vez de construirlos los hayan tirado desde un avión “donde caigan”, y urbanizaciones que en vez de viviendas parecen colegios de monjas de los años 60... 

A eso hay que unirle actuaciones públicas más que discutibles como la de permitir convertir el chiringuito de las Catedrales en una obra de hormigón, o la cosa esa que pusieron en el puerto de Ribadeo que se supone que es un ascensor panorámico pero que no sólo no tiene vistas, sino que encima las tapa. Que conste que Ribadeo está progresando a pasos agigantados con la rehabilitación, pero hombre, si tienes un mirador no parece muy lógico meterle delante un mamotreto de hormigón aunque lo recubras de pizarra para que parezca “de la tierra”. 

La costa de Lugo está en un momento muy delicado de su evolución. Está justo en el punto en que de tener huertas junto a las playas puede pasar a tener edificios de 15 alturas. Si la cosa se hace bien, y se ordena razonablemente el tema, alejando las construcciones del litoral y dejando que se construya “con sentidiño” a una distancia prudente, podemos conseguir que la que es una costa envidiable no se convierta en un putiferio de hormigón. 

Se han dado pasos en la dirección incorrecta, y es muy complicado aunar el progreso de la zona con el mantenimiento de sus joyas naturales, pero no es imposible. Prudencia, sentido común y un poco de buen gusto son las tres claves para que nuestra costa siga siendo un paraíso. Miren si no lo que han hecho en Asturias, que se ha crecido pero con cuidado.

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