martes, 18 de septiembre de 2012

Patricia, Pablo y Tamara

A ver si consigo sorprenderles. No voy a hablar de la dimisión de Esperanza Aguirre. A lo mejor es que aún estoy demasiado impactado así que no tocaré el tema directamente, sino el de la reacción de la gente. De alguna gente. Les voy a hablar de Patricia López Mármol, de Pablo Jurado y de Tamara Argomaniz Rivas. Estas tres personas son ejemplos, con sus nombres y apellidos, con sus fotos, con sus digitales lenguas llenas de veneno, que se han permitido el lujo extremo de dirigir contra Esperanza Aguirre un ataque que haría palidecer a La Pasionaria. Supongo que en su vida diaria se considerarán gente “normal”, pero les voy a poner algunas perlas que han soltado en el mundo virtual. 





La más llamativa es Patricia, que además adorna su Facebook con hermosas fotos enrollándose con su prometido ante de una vidriera que, si no me equivoco, está en el castillo de Cenicienta en Eurodisney (tengo sobrinas, qué quieren). Muy mono todo, pero después se desata la mala bestia que lleva dentro y pone lo que pone. Para echarse a temblar. Como los Gremlins comiéndose una vaca después de medianoche. 

¿Estos son los que acusan a Esperanza Aguirre de radical? ¿Ellos entonces qué son? Ayer reconozco que me alteré yo mismo un poco viendo las barbaridades que veía en Internet y hasta entré al trapo con algún iletrado que se atreve a insultar agazapado tras su pantalla y su teclado, y que encima redacta con una ortografía que daña la vista. Y eso lo plantan en un sitio público, para mayor gloria de la L.O.G.S.E., el sistema educativo y la Real Academia de la Lengua Española. Lo más coñero es que encima uno de los que ponía sandeces de ese estilo decía, el muy asno, que yo era un maleducado "por tutearme sin conocernos de nada". Macho, te has lucido con tu ataque de dignidad.

Que la política de este país está crispada no es que esté muy dicho, es que se queda realmente corto. La gente está histérica. Ya no diferencian un comentario en plan coña con unos colegas (lo de la “condena a muerte” a los arquitectos en mi modesta opinión se enmarca en esa categoría) de un odio cerval, de los que les hinchan la vena del cuello y les hace gotear el colmillo. No hay límites, se han traspasado todas las líneas. Las generalizaciones están a la orden del día y cualquiera puede erigirse en juez y parte y decir lo que le venga en gana siempre que empiece la frase por “los políticos son...”. 

La política debería ser un honor, un arte, una lucha de guante blanco entre ideas expuestas con claridad y, por qué no, con contundencia. Pero se ha convertido en un circo, en que se presta más atención a los trapecistas que a las ideas. Me recuerda mucho a los juicios americanos, donde lo importante no es que la ley te avale, sino que tu abogado convenza al jurado, porque allí te pueden declarar inocente aunque las leyes digan lo contrario. 

Un país que se fija más en las formas que en los fondos, que se preocupa más de tener líderes simpáticos que competentes, que busca cercanía en lugar de capacidad está condenado al fracaso. Cuando los buenos gestores sólo ganan las elecciones por demérito ajeno es que algo funciona regular tirando a mal. 

Una charla de cinco minutos con un ciudadano medio simpatizante de cualquier partido es desesperanzadora. Da igual del partido en el que esté, normalmente no tiene muy claro qué es lo que está defendiendo ni por qué es de ese partido. Ya lo he escrito más de una vez aquí, es como ser del Madrid o del Barcelona: se es y punto. No se crean que los que se dicen "apolíticos" son mucho mejores. Ya sé que estoy generalizando, pero no me digan que tras tres frases no saben ya de qué partido "apolitizan". Si se pilla antes a un mentiroso que a un cojo.

En fin. Patricia López Mármol, Pablo Jurado y Tamara Argomaniz Rivas son buenos ejemplos de a dónde estamos llegando. No sé si tienen descendencia, pero si es así espero que sus hijos nunca vean lo que escribían sus padres cuando creían que nadie les miraba, o lo que es peor, para que les mirase mucha gente. A mi me daría vergüenza. A ellos probablemente no. Y si los educan así a lo mejor a sus hijos les resultaría un orgullo. Vayan ustedes a saber.

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