miércoles, 13 de marzo de 2013

El caballo de Blanco

Blanco de paseo con unos amigos
Que dice el amigo José Blanco, Pepe para los amigos tanto ocultos como declarados, que a los imputados no se les puede hacer dimitir. Este cambio de opinión quizás, sólo quizás, tenga algo que ver con que lo han imputado a él, y, claro, el punto de vista varía ligeramente cuando eres víctima de tus propios dardos. 

A mi nunca me han imputado, al menos por ahora (esta prudencia es porque tal y como están las cosas vayan ustedes a saber), pero aun así defiendo sin duda alguna la nueva tesis de Blanco, que no la antigua. Quienes me leen de vez en cuando probablemente ya lo habrán visto aquí, pero insisto por enésima vez en que una imputación no puede tener ni la más mínima consecuencia para un cargo público, ni para nadie. 

Blanco con su dedo acusador
Una imputación no es ni siquiera una acusación, es menos que eso. Es un momento procesal previo en el que no hay ni siquiera pruebas de ningún tipo sino como mucho indicios. En un Estado de Derecho sólo una condena puede tener consecuencias porque como ya hemos dicho muchas veces uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario, incluso José Blanco, José Clemente López Orozco, Luis Bárcenas, Francisco Camps, Iñaki Urdangarín, José Bretón o Joseph Goebbels. Este último no llegó a ser condenado ya que se suicidó antes de la captura de Berlín junto a su esposa y tras matar a sus seis hijos. Cosas de nazis. 

Pero a lo que íbamos, la figura de la imputación sólo tiene un fallo enorme: el nombre. Decir “imputado” suena fatal, es como si ya hubiera sentencia y para el lego en derecho, que es el español medio e incluso el que está bastante por encima del español medio, es una condena social. 

San Pablo y su caballo
José Blanco ha caído del caballo, cual Pablo de Tarso, y por fin se ha dado cuenta de que una acusación, una grabación o una llamada imprudente de un amigo es suficiente para machacar una carrera política que, supongo, él quería continuar al frente del PSOE gallego y como candidato a la presidencia de la Xunta de Galicia. ¡Cómo caen los poderosos! 

Les diré que no me alegro, aunque no me lo crean. El señor Blanco está siendo víctima de sus propias palabras, de la estrategia de su propio partido en el pasado que él mismo, como secretario de organización (que es un cargo muy importante por lo visto) ayudó o directamente diseñó. Que la cosa funcionara bien es un breve consuelo para quien se ve reo de una condena social que él colaboró a forjar y que ahora reconoce injusta. 

El problema de todo esto es que la conversión de Blanco es interesada, con lo que el peatón del que antes hablábamos lo va a desquitar con un “claro, qué vas a decir tú ahora” sin rascar ni un poco en la argumentación. No es fácil separar las simpatías o antipatías personales de las actitudes de quienes son titulares de nuestras pasiones, y si bien al señor Blanco le honra reconocer su pasado error, el ser destinatario de una imputación judicial le quita bastante credibilidad a su nuevo razonamiento jurídico. 

Ahora sólo falta que se compre un piso en el barrio del puente y reconozca que el mamotreto que hizo construir no sirve absolutamente para nada. Ya puestos a reconocer errores…

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