martes, 9 de septiembre de 2014

Una feira francamente buena

El fin de semana estuve en Pontevedra, que celebraba su Feira Franca. No sé si les ha coincidido alguna vez, pero es digna de ver. Es una feria de recreación histórica medieval, en que las calles se llenan de gente ataviada de ropa de época y la ciudad se decora de arriba abajo: cabinas de teléfonos, quioscos y papeleras son envueltas con tela de saco (por cierto, tela de saco limpia, no sacos de café reciclados), el suelo se cubre de paja…

Tengo que decir que me sorprendió una vez más ver la gran organización de la ciudad del Lérez por varios motivos. El primero es lo que les decía, que la ciudad sufre una transformación realmente impresionante. El segundo es ver cómo se organizan los mercados, y lo digo en plural porque, al menos que yo viera, hay por lo menos cuatro: uno de productos de época, otro de venta de comida, un tercero de restaurantes y el cuarto de “tiendas varias” de otro tipo donde había artesanía, un poco separada de puestos de productos incompatibles con el período recreado.

El que más me gustó, como se podrán imaginar, fue el de productos de época, porque eran reales, no como otras ferias (lamentablemente también en Arde Lucus, la comparación es inevitable) donde ora te venden la espada de Julio César, ora peluches de colores chillones. Aquí no: herreros, toneleros, canteros, curtidores… una auténtica exhibición de oficios perfectamente compatibles con la época, separados por varias calles de otro tipo de venta más mundana.

El tercer motivo por el que me quedé totalmente impresionado con la organización es que el domingo por la mañana a las 10:30 no quedaba ni rastro de la fiesta. Ni puestos, ni tela de saco, ni una brizna de paja en el suelo… nada de nada. El único testimonio de la fiesta era algún trasnochador que iba de retirada y dos dragones de colores que estaban en la plaza principal y que, por cierto, hasta podrían quedar allí todo el año por lo bien hechos que estaban. Un servicio de limpieza ya no eficiente, sino brillante, y una organización casi militar a la hora de recoger los puestos y hacer desaparecer cualquier señal de la Feira Franca.

También es llamativa la zona de juegos infantiles, donde los niños pueden subir en pequeñas atracciones impulsadas a mano (más bien a pie) por los barraquistas, y en vez de subir en un ovni o en un camión de bomberos lo hacen en un unicornio, un dragón o un caldero. Realmente muy estético, con un montaje cuidado y con variedad de posibilidades.

Es una fiesta muy bonita, que los que vamos de visita disfrutamos pero que los pontevedreses disfrutan mucho más. Se permite a los particulares poner carpas y mesas en la calle, frente a sus casas, para hacer comidas familiares, y los locales de hostelería instalan barras en el exterior y ponen mesas y sillas adicionales con permiso municipal. Es diferente que lo que pasa en Lugo, donde a los propios se les va con el metro a ver si se pasan un palmo, lo que no se permite ni siquiera pagando, y a los de fuera se les autoriza la instalación de enormes restaurantes móviles en medio de las plazas.


Pontevedra tiene un casco histórico enorme y bien aprovechado: en las calles estrechas hay terrazas estrechas, y en las calles anchas hay terrazas anchas. Y llenas de gente, disfrutando de la calle, que se supone que es de todos.

Si no han ido, apunten la cita para el año que viene. Merece la pena.

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