miércoles, 9 de diciembre de 2015

El debate desde casa

El lunes por la noche, como muchísima gente (fue el programa más visto del año), me senté a ver el debate a cuatro en la tele. No me disgustó, pero tampoco me apasionó. Precisamente creo que esa fue la clave, que todo el mundo fue tan sutil y tan encorsetado que al final nos quedamos como estábamos.
Quizás la única verdad absoluta es que quien pudo destacar y coronarse definitivamente como rey de la campaña, es decir Albert Rivera no lo hizo, y quizás por nervios o porque no quería encasillarse en su propio personaje no fue el brillante orador que es habitualmente. Eso sí, tuvo momentos gloriosos en que se vio fugazmente al Rivera al que estamos acostumbrados. Puede que le haya hecho daño el juego de las expectativas y la idea de que iba a machacar a los demás, cosa que no hizo. 
Por su parte, a la otra “fuerza emergente” representada por Pablo Iglesias, le pasó justo lo contrario. Estuvo mejor de lo que cabía esperar y no porque no lo tenga por un comunicador de primera línea, sino porque pensaba que a lo mejor lo traicionaban los nervios a la vista de las encuestas e intentaba hacer algún giro espectacular para hacerse notar. No cayó en ese error, se mantuvo en su discurso y no lo hizo nada mal. 
Pedro Sánchez confirmó el porqué de la caída del PSOE en todos los sondeos. Aunque fue el que más propuestas hizo y más “programa” colocó, cosa que le honra, también me dio la impresión de que fue el que más apostillaba a los demás, cosa que no queda muy bien. Sánchez parece que está puesto ahí más por estética que por fondo y eso no es bueno si pretendes presentarte por un partido serio.





Soraya Sáenz de Santamaría, por último, tuvo el mismo problema que Rivera, pero también la misma ventaja que Iglesias, según el punto de vista del televidente. Para “los suyos” no estuvo tan demoledora como es habitual en ella, y faltó que se arremangara (literalmente) para vapulear a la oposición como ha hecho reiteradamente en el Congreso. Pero para “los otros” tampoco fue el cordero a degollar que esperaban. Hizo un papel digno en una situación imposible.

Por lo tanto no ha habido ganadores, creo yo, aunque sí quizás perdedores. Creo que se ha reforzado la imagen de Sánchez como “miñaxoia”, que recuerda más a Zapatero, pero sin la bonhomía que traducía el expresidente y a la vista del debate la fuga de votos del PSOE a Podemos no solo no se ha parado sino que probablemente se recupere. Por su parte Rivera no llegó a decepcionar, pero en vista de las altas esperanzas que tenía todo el mundo puestas en su pico de oro, lo que tiene que ser una presión insufrible, se quedó a medias.
 
Una vez visto lo visto quizás Rajoy acertara quedándose en Doñana como táctica y dejando a Soraya que, de nuevo, le saque las castañas del fuego. Probablemente con él habrían sido mucho más agresivos. Lo malo de su "incomparecencia" no fue el hecho en sí, sino aducir problemas de agenda para después irse a la COPE a retransmitir un partido o reconocer que vio el debate cómodamente desde su sillón. Ahora han cambiado de táctica y nos cuenta que él debate con el líder de la oposición que es lo que se ha hecho siempre, y puede que tenga razón, pero le ha fallado la forma de decirlo desde el principio, y eso es un error.

No puedo dejar de hacer un apunte sobre “estilismos”.

No me ha convencido demasiado la presentación de ninguno de los contendientes. Soraya no iba muy mal, aunque el terciopelo hacía pensar más que iba a ponerse a cantar “clavelitos” que a defender una postura política, aunque reconozco que soy poco de moda femenina así que lo dejamos aquí.

Pablo Iglesias supongo que, tras la experiencia, habrá entendido para otra vez que la chaqueta, además de ser un cliché social (que es por lo que renuncia a ella conscientemente) es una buena forma de esconder los sudores axilares. Que le pregunten a Nixon, que perdió votos como un loco por eso frente al impecable Kennedy.

Rivera intentó sacar partido de su cuerpo de nadador, pero una talla más en el traje no le había venido mal. Parecía que de un momento a otro atacaría a algún contendiente con el botón de la chaqueta. El tema hombreras tampoco le ha hecho ningún favor.

Pedro Sánchez era el que mejor aspecto presentaba. Rollo “la Martirio”, “arreglá pero informal” porque aunque llevaba chaqueta y corbata no iba de traje. El calzado marrón también era en plan “no voy de boda”.

Probablemente el que más aspecto presidencial tenía, salvo por la corbata, era Vicente Vallés, el presentador, que junto a una elegantísima Ana Pastor parecieron divertirse razonablemente aunque menos de lo que les habría gustado.

Verán que no he hablado de las propuestas de cada cual, pero es que estamos tratando un espectáculo, y como tal me lo he tomado. A ver qué nos depara el debate Rajoy/Sánchez, porque el segundo va a salir a matar. No le queda otra.

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